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Choque de besos

En una mañana fría, Juan Luis, un taxista con 30 años de experiencia y  que conoce la ciudad de Buenos Aires como su volante, observa por el espejo retrovisor como  sus clientes se dan un beso tibio, y cuando ya comienzan agitarse las manos de los amantes para calentar la escena… ¡Pum!

Las caricias de los extraños lo distrajeron hasta hacer que chocara con el auto que circulaba delante de él; los amantes se remueven, ríen, se preocupan por cómo está el otro y como está el taxista. Juan Luis hace lo mismo por sus clientes, y se baja molesto, avergonzado, agitado, pero sobre todo con el pensamiento de culpabilidad: Quien me manda andar con la estupidez de estar espiando a esos dos besándose, como si nunca hubieses visto a dos hombres en eso.

Los amantes abandonaron el lugar dejando al taxista con su conflicto, con el otro chofer claramente molesto, el raudal de bocinas sonando, y el auto visiblemente dañado.

El chofer se acerca a Juan Luis con ganas de pelear, con sobradas razones para discutir sobre los daños causados y, lo primero que le pregunta es:

–       ¿Dónde tenías los ojos pedazo de imbécil?

–       En lo de imbécil tienes razón, pero no te puedo decir donde tenía la mirada – Responde Juan Luis.

–       Ahora te harás el cómico, no te das cuenta la cagada que pusiste – grita el Chofer.

–       Si me doy cuenta, sobre todo lo que hice con mi auto, que como verá se dañó más que el suyo, y es obvio que yo vivó de él. – Dijo el fisgón taxista.

–       Bueno, pero aun no me dices en qué estabas pensando que no pudiste frenar a tiempo. – Aun molesto el agraviado conductor.

–       ¿Y eso qué importa Señor? – Preguntó el taxista.

La pregunta descolocó al otro, quien solo procuró mirarlo con ganas de querer estrangularlo en ese momento.

Juan Luis aprovechó el silencio, y le dejó saber, que él se haría cargo de los daños causados, que, aunque no tenía seguro él pagaría; que, aunque pasaba por una crisis económica grande, él respondería; que, aunque su medio de producción se había dañado, él buscaría como cumplir con ese compromiso.

Ante la mirada más calmada y quizás más insegura del chofer, dado que cualquier garantía de solución se esfumaba mientras Juan Luis hablaba, no podía hacer otra cosa que confiar, dado que la honestidad de ese hombre le daba un trozo de calma a la escena.

Aprovechando la ventaja que el otro le daba en medio de su dubitativo silencio, el taxista aprovechó para contarle que, durante muchos años él había puesto mucho énfasis en las anécdotas de las cosas; que siempre se empeñaba en saber que le había pasado al otro para que no hiciera las cosas como debían ser, hasta que entendió que el tiempo y la energía que se puede aplicar para revolcarse en lo anecdótico no soluciona el problema.

Juan Luis continúa diciendo: – Hoy prefiero usar mi tiempo contando soluciones, y si no las tengo por lo menos buscándolas. En ese sentido, aquí le dejo mi tarjeta donde están mi número telefónico y mi dirección, y le pido que tome nota de la patente de mi vehículo. Esta noche estaré en mi casa, y si me llama o me visita, tendré una solución para poder resolver los daños que le he causado.

El Chofer comienza a dudar de las intenciones de Juan Luis, y siente, que se quiere escapar de la responsabilidad, irse y no pagarle nada, por ello, asume una actitud más reactiva, y con voz imperativa le dice: – Pues no Sr. Usted y yo vamos a esperar que llegue la autoridad de tránsito para que resuelvan este choque.  Y no me diga nada más.

Juan Luis responde: – Muy bien Señor, después de todo, no puedo ir muy lejos con el auto así. Aquí esperaremos, sentados, viéndonos las caras, siendo un obstáculo en la vía, dedicándonos a sembrar dudas, jugando con las llaves del tiempo, esperando que la solución legal sea más justa que mi oferta.

Pasaron 47 minutos esperando las autoridades, el hastío de ambos se hacía más evidente,  hasta que llegó una hermosa mujer, con alegría tropical y una sonrisa contagiante; saludo con cariño al  afectado chofer e ignoró al descuido Juan Luis.

El aludido por esa mujer llamada Viena, lo invistió una elocuente alegría y se le transformó el humor, eran viejos amigos, y  con rapidez le contó lo que ocurría. Ella se acerca a su rostro y al oído le dice un secreto evidente a la imaginación, para cerrar dándole un beso muy cerca de sus labios.

En ese momento el hombre mira al Taxista con cara de complicidad, y le dice:

– Amigo hagamos algo, me llevo  su  tarjeta y esta tarde lo visito para que acordemos los arreglos de mi auto, no sigamos esperando, tiene usted razón: el tiempo es oro.

Juan Luis asienta con la cabeza, sonríe, choca la mano de su víctima, y piensa: Los besos parecen ser problema y solución, choque y  acuerdo, huida y encuentro.

Amancio Ojeda Saavedra

@amanciojeda

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