SOMBRERO COLOR PÚRPURA

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SOMBRERO COLOR PÚRPURA

En una lejana aldea había un hombre muy trabajador, Don Yiyo, que tenía la fábrica de sombreros más prestigiosa de la región. Venían grandes compradores a buscar pedidos de mediana importancia; esos sombreros se vendían 10 veces al valor que le ponía a cada unidad. Era común ver sus obras en lugares turísticos, grandes hoteles y lujosas boutiques.

El maestro sombrerero contaba con cuatro décadas de experiencia; 50 años de casado con Doña Sandra; dos ayudantes, sus dos hijos varones Pipo y Franco; un taller artesanal en un galpón en el fondo de su casa; “La perica” una camioneta para recoger los materiales; algunos ahorros y un prestigio insuperable de impecabilidad en el cumplimiento y calidad de los sombreros. Todos en la zona sabían que se podía imitar los sombreros de Don Yiyo, pero jamás igualar y mucho menos superar su calidad.    

Como misterio de la vida, el 11 de noviembre del 2011, el día de su 75 cumpleaños Don Yiyo amaneció muerto. Su corazón se detuvo. La aldea lloró y al funeral todos fueron con sombreros, para honrarlo. La viuda y sus hijos quedaron marcados de dolor. 

Pasadas tres semanas, los hermanos comenzaron a trabajar sin la dirección de Don Yiyo y a cumplir con los pedidos retrasados. Como era de esperarse, surgieron diferencias y problemas entre los hermanos. Ninguno estaba conforme con la calidad y cantidad de trabajo que el otro hacía. No había un sombrero que uniera esas dos cabezas.  

Una mañana soleada, Doña Sandra los esperó sentada en la mesa con el desayuno servido. Al entrar al comedor, ambos sabían que allí algo pasaba o estaba a punto de pasar. Durante el desayuno, la madre les dejó saber cuánto los amaba y cuánto los amó su padre. Y que cada pelea entre ellos era como si le sacaran una pieza molar sin anestesia. Los hermanos se miraban apenados, y cuando comenzaban a justificarse la viuda los mandaba a callar, y les decía: 

— Esta conversación no es para eso. 

Al final del desayuno, les dijo: 

— Hay dos opciones sobre la mesa para solucionar este problema, y cada opción es una buena oportunidad. ¿Ustedes qué prefieren, ponerse de acuerdo y repartirse las oportunidades que les estoy dando, o es mejor que lo haga yo? 

Franco respondió rápidamente: — Repártelas tú, mami.   

Mientras que Pipo dijo: — Yo elijo primero. 

La madre los miró con gesto de decepción y dijo: – No hay remedio, lo haré yo. Y continuó diciendo: — Pipo se quedará con La Perica y los ahorros, que le ayudarán a montar su taller o hacer lo que él desee con ese dinero. Franco se queda con el taller y los clientes. No permito discusión, está decidido, y eso comienza a partir de ahora mismo. Y concluyó diciendo:

— Franco, toma las llaves del taller. Pipo, toma las lleva de La Perica y vamos al banco a traspasar el dinero a tu cuenta. 

Ambos quedaron sorprendidos, hicieron intentos por cuestionar la decisión, pero Doña Sandra se hizo la que no escuchó, terminó de recoger la mesa, y entró a su habitación a retocarse para ir a ejecutar lo que fue su disposición. 

Franco siguió haciendo los sombreros como su padre le había enseñado. Sentía el orgullo de que ningún cliente lo había abandonado. Mantenía la producción y la calidad de los mismos. Su hermano había montado una fábrica de sombreros a 900 kilómetros de donde estaba la factoría de Don Yiyo y, a pesar de muchos intentos, sus creaciones no se vendían como él soñaba. 

Su madre pronto estaría celebrando sus 75 años, y él se preparaba para visitarla y festejarla. Así que la recordó vestida de fortaleza, aquella mañana en la que le entregó La Perica, le dio el dinero y le cambió la vida. Después de muchos intentos fallidos, consiguió hacer para ella un elegante sombrero color púrpura radiante, muy especial por el método por el que había logrado ponerle color a la piel, según una nueva técnica aprendida, aplicada a lo que su padre les había enseñado a trabajar. Lo metió en una hermosa caja blanca, y le colocó un elegante lazo rojo. 

El día de la celebración, Pipo llegó contento: su hermano y él hablaban de sus negocios. Seguían siendo los hermanos de siempre y celebraban la sabia decisión de su madre años antes. La gente comía y bebía sin pena, hasta que llegó el momento de cantar el cumpleaños feliz y soplar las velas. Doña Sandra estaba radiante de alegría, se le notaba feliz, y sus hijos hacían comparsa con su emoción mostrando amplias sonrisas. 

Pipo pidió la palabra, habló fuerte ante todos, y recordó la maravillosa madre que tenía, pidiendo oraciones para que durara muchos años más, y les suplicó permiso a los presentes para entregarle un regalo especial. 

Tomó la caja y la puso en las piernas de su madre ante la mirada de incertidumbre de todos; al abrir la caja y sacar aquel sombrero púrpura, que a un lado tenía un capullo de rosa Blanca, el asombro y los aplausos se volvieron un solo gesto. El sombrero le lucÍa estupendo: ni a la Reina Isabel II le hubiese quedado mejor. La sensación de la noche.  

A partir de esa fiesta todos hablaban del Sombrero Púrpura, y a la velocidad de un chisme, los pedidos cruzaron los 900 kilómetros y comenzaron a llenar la fábrica de Pipo de trabajo y horas extras. Había comenzado la moda de los sombreros púrpura. No sabía ni quería detener esa avalancha de trabajo y prosperidad; en tiempo record logró vender en un mes lo que su padre vendía en 6 meses. Abrió sus propias tiendas, exportaba sombreros a países que no sabía ni ubicar en el mapa. Pipo había logrado poner en la cabeza de todas las damas su sombrero púrpura. Luego sumó colores y nuevos diseños, y usó la misma piel teñida de colores llamativos para hacer elegantes carteras de dama. Este innovador emprendedor terminó por comprarle la fábrica a su hermano y contratarlo como parte de su equipo gerencial, asignándole la tarea de reformar la vieja empresa para comenzar a confeccionar zapatos de piel. 

En la aldea donde Yiyo y Sandra sembraron una fábrica y un nombre, cosecharon un par de hermanos productivos para la sociedad, uno de los íconos más importantes de la moda y una lección empresarial color púrpura. 

Amancio Ojeda Saavedra

@amanciojeda

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