Dado el mundo que estamos viviendo, y a pesar de tanta información y con tan fácil acceso, quienes pretenden servir de líderes hoy, en muchos de los casos, muestran sus carencias en el desempeño, y así, se invalidan así mismo de manera irrebatible.
El liderazgo es una práctica presente en todos los ámbitos de la vida, donde existan grupos humanos; y los líderes desarrollan una función esencial para que pueda fluir: el desarrollo individual de la gente, la armonía del equipo y, la generación de los resultados que se proponen. Si los líderes no son validados por quienes le siguen, aunque sumen grandes cuotas de poder, es cuestión de tiempo – y del surgimiento de nuevos y mejores líderes – para que su autoridad deje de funcionar, su poder sea disminuido y su posición sea cubierta por otro que “mejor lo hará”.
Hay muchos aspectos por los que un líder es invalidado, pero estos que comentaré a continuación, son más comunes de lo que suele creerse, y quizás por su continuidad pasan de manera transparente, y esto hace que los seguidores no se detengan a pensar y cuestionar el actuar del líder.
La negación: Un hijo le muestra a su padre que se ha equivocado, lo hace con hechos, es una verdad irrefutable, y la respuesta del patriarca es negarla, y hacer valer su autoridad. Esto se repite de manera cotidiana en muchos ambientes, y muestra el exceso de soberbia y la carencia de madurez del líder. Negarse a ver una verdad, a las ideas, al derecho del otro de pensar y sentir distinto, es una manera expedita de matar el liderazgo, y conseguir la invalidación.
Mediocridad recurrente: El gerente asume la responsabilidad junto a su equipo de aumentar y mejorar los resultados, pasa el tiempo y no hay avance, no hay innovación, todo sigue igual. Las excusas se acaban; el argumento de responsabilizar a terceros tiene un efecto de poco alcance; evadir la situación real tratando de maquillarla con cifras o acciones epilépticas, son “cuchillo para su propia garganta”. Las personas esperan de los líderes, que las conduzcan a estar mejor, si eso no ocurre, la gente va invalidando a la gestión y al líder.
Conflictividad elevada: un gobernante, desde su postulación hasta que está en funciones, se mantiene en constante enfrentamiento con quienes le adversan; hace del conflicto su “bombona de oxígeno”; sus hechos dejan en evidencia que disfruta del conflicto y es lo que lo define mejor. Del lenguaje a las acciones hay un trecho; un lenguaje de guerra no puede provocar paz; un líder que ve en cada “molino de viento” un enemigo, jamás podrá ser un garante de la paz y la armonía. Al final la gente sigue a un líder porque cree que es capaz de llevarlo a una situación mejor de la que se encuentra, y nunca, una situación mejor será la guerra. Esta conducta lo invalida.
Los líderes que nuestras familias, empresas y comunidades necesitan, son aquellos que se validan así mismo y con su gente desde la aceptación con humildad; los que se mueven de los resultados mediocres con innovación; y los cultores de la armonía desde un lenguaje fraterno y acciones de integración. Al liderazgo actual le corresponde dejar en la historia ruin el “autoritarismo”; romper el “Statuo Quo” de los procesos, las leyes y las costumbres, para dar paso a unos resultados de verdadero desarrollo humano; y finalmente, y quizás la tarea más compleja, salir de las estrategias de la manipulación a los colectivos, donde los engañan de ser perseguidos por “enemigos”, que sólo están en su conveniencia o en sus traumas psicológicos.
Amancio Ojeda Saavedra
@amanciojeda