¡Queridos y recordados maestros!
Hoy escribo para agradecerles, ya que hace varios años abandoné la escuela como mi refugio y lugar para educarme; pero les confieso que hoy estoy más enamorado del aprendizaje, mucho más que cuando pase por las aulas donde Uds. Daban lo mejor que tenían para nosotros.
Confieso que a muchos de ustedes no los recuerdos por su nombre, pero sin duda dejaron en mí una marca, para que yo siguiera en este camino.
Hoy cuando me dedico de forma permanente a contribuir con el aprendizaje de otros, las referencias que tengo de quienes favorecieron mi formación, son determinantes para definir mi “Qué” y mi “Cómo” hago esta gratificante labor.
Mi sentimiento de gratitud aquellos que con amor y desde la explotación de nuestra inteligencia y creatividad, nos hacían el proceso más divertido y trascendente, igualmente aquellas maestras que con dulzura y afecto maternal me apoyaron para seguir adelante (mi maestra de primer grado), así mismo a todos los que supieron poner retos importantes para descubrir que mi capacidad era superior a los fáciles estándares que yo mismo me ponía, buscando comodidad; a todos quienes pertenecen a esta lista reciban un abrazo fraternal.
Hay otros maestros que contribuyeron a mi aprendizaje, pero que son un modelo por contrario, es decir, busco de manera consciente alejarme de sus prácticas, ya que la verdad es que me hicieron la vida imposible; todos aquellos que no hablaban, ladraban; aquellos que la violencia, la amenaza, la demostración de poder, era la forma de mostrarse como líderes; aquellos que no se conformaban con aburrirnos en sus clases, a los cuales hubiésemos agradecidos dejarnos dormir en el pupitre mientras terminaba su monologo, o mejor aun, salir al patio a jugar; a los más crueles que nos quitaban el recreo porque se perdió un lápiz o un cuaderno; sin olvidar aquellos que nos lanzaron el borrador o la tiza, a todos quienes se comportaron así, la verdad es que los quiero igual, hoy son una referencia vital para mí.
He escrito dos extremos, que podría pensarse que hay unos buenos y otros malos, pero lo cierto es que ahora puedo distinguir que la mayoría, a pesar de su conducta o su forma de educarnos, eran maestros de vocación y buscaban que aprendiéramos, que nos superáramos y que nos comportáramos con disciplina.
En nuestros días y más que en otros tiempos, se requiere de docentes llenos de amor, pasión y entrega por lo que hacen, por sus alumnos y por sus lugares de trabajo; los estudiantes Venezolanos exigen maestros abiertos, creativos, profundos, tecnológicos y con un sentido de trascendencia a través de todos los que tengan el honor de pasar por sus aulas.
Maestros así son los que quiero para mis hijos, en la misma medida que enaltezco el trabajo y la mística de quienes me impulsaron y me trajeron hasta aquí.
Siempre su alumno…
Amancio E. Ojeda Saavedra
@amanciojeda