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Una confesión personal

En ocasiones me cuesta accionar, dado que mi parte pensante se queda atareada, y como un adicto al trabajo que no quiere dejar su puesto, mi mente se apoltrona haciendo lo que mejor sabe, y no me da permiso de salir a la acción; no es cuestión de miedo (quizás si), es que el pensar me genera tanto placer, que de sólo pensar que tengo que actuar, me dan más motivos para pensar.

Convoco con convicción a la acción y busco la coherencia en ese sentido; lograrla es una proeza para el pensador, y sé que es una simpleza para el reactivo o el proactivo. En ocasiones logro penetrar ese espacio, me siento  a gusto, y cuando todo pasa, me quedo cavilando  sobre lo ocurrido y entonces me descubro nuevamente en el acto de pensar.

¿Es el pensar una acción?

Más allá de la verdad de los diccionarios y los juegos semánticos, en mi caso, es un acto recurrente, al cual acudo sin pensarlo, en el que me refugio de mis tormentas emocionales, en donde provoco las avalanchas creativas, es el mar donde nado en contra de dos corrientes: la fantasía y la realidad.

Puede que el palabrerío anterior no lo conduzca a ningún lugar, como suele haber caminos en la vida;  puede que a muchos lectores, las dos primeras líneas hayan sido suficientes para pasar a hacer algo mejor, pero para quien escribe,  es una manera de ver que los pensamientos se traducen en lenguaje, y viceversa, siendo un hecho simbiótico; y desde esa simbiosis se crea un mundo.

El objetivo de los planteamientos anteriores, es mostrar que como seres humanos somos uno sólo, que incluso, la disociación es parte de la unidad que conformamos, que no abandonamos en el maletero de la casa, aquello que nos constituye, y por eso, como  dice Hugo Marichales: Para donde yo voy, voy conmigo.

Lo  que me hace único, son los distintos niveles que le pongo a lo que me constituye, cosas como: mi historia genética y de vivencias, mis emociones,  sentimientos y estado  de  ánimo;  mi forma y grado vivir una rabia, mi desmesura al enamorarme; la terquedad, mis adicciones, mi elocuencia al hablar, mis temores, mi pasión por lo que hago, todo aquello que he aprendido, mis dones, mi fe, mis equivocaciones y aciertos, mi locura y cordura, y mucho más,  todo y cada cosa son parte de mí, y al reconocerlas se hacen más mías, por lo tanto  soy más yo. Así me reafirmo.

De esa manera somos cada uno, constituidos por un sin número de elementos, que de manera consciente o no, están, marcan su presencia y tienen su efecto, no son inocuos, tienen una razón y una función. Y lanzo esta pregunta:  ¿Reconoces la menara en que estas constituido?

Al ser capaz de reconocerse así mismo con todo “el equipaje” que lo compone; al decidir qué hacer con aquello que desea resaltar, y trabajar con lo que puede mejorar, se marca un nuevo punto de partida, y comienza el viaje más largo y hermoso de crecimiento personal. En esa nueva  marcha los juicios de valor tendrán menos poder; el sentido de la vida tendrá más sentido; las equivocaciones serán menos traumáticas, convirtiéndose en aprendizajes; y finalmente, el pensar conducirá a nuevos a lugares y, las acciones generan resultados más saludables.

Estas reflexiones puede que sean útiles para tres cosas: 1) Mirarnos y aceptarnos mejor; 2) Abandonar la autoflagelación por aquellas conductas disfuncionales, y  dedicarnos a  lograr nuevos  y mejores hábitos que las sustituyan; y 3) Comprender que el balance entre el pensar y el actuar, no lo impone un estándar social, sino: lo que vengo siendo y las genuinas motivaciones del mejor ser que se desea ser.

 

Amancio Ojeda Saavedra

@amanciojeda / amancio@alianzasdeaprendizaje.com

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